El mito de la leyenda, Héctor Lavoe

Por Jaime Torres Torres
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular

En el septuagésimo cuarto aniversario de su natalicio y tras 27 años de su partida, no hay duda de que Héctor Lavoe le sigue cantando al pueblo latino desde la otra vida, como lo prometió en el seis con décimas “Canto a Borinquen”.

La leyenda ya es un mito. Un fenómeno popular comparable solo, a juicio de este periodista, con Carlos Gardel, Edith Piaf, Pedro Infante y John Lennon.

Ningún exponente de la Salsa ha calado tan profundo en el corazón del mundo como Héctor Juan Pérez Martínez. Y el mito crece y se inmortaliza cada día más porque su música es una expresión espiritual, muy de adentro, demasiado sincera y espejo de su vida; de sus deleites y sinsabores.

Así, 74 años después de su nacimiento, se explica la trascendencia del artista ponceño Héctor Lavoe, un tipo empático y simpático; un camarada de barrio; sencillo y humilde, como no muchos.

El Cantante, indiscutiblemente, es arquetipo perfecto de la simbiosis entre salsa y esquina; acera y pena; calle y relajo; es el intérprete más completo y polifacético de la música afroantillana. Me lo imagino a sus 74 años guapeando en el trap y el reguetón. Cantó de todo y con originalidad: bolero, bugalú, guajira, bomba, plena, aguinaldo, seis, guaguancó, ranchera, samba, balada, merengue, danza y tango.

En su cumpleaños 74, Héctor Lavoe siempre será eco del sentimiento de la urbe y emisario de las ilusiones de los barrios populares. Desde La Perla hasta Bélgica; desde El Callao hasta Loizaida. Sus pregones son una radiografía de la vida por un sencilla razón: sus antecedentes.

Héctor Juan era un mozalbete de siete años cuando se ausentaba de sus clases de trombón de vara en la Escuela Libre de Música Juan Morel Campos en su Ponce natal. Se escapaba con sus amigos de la barriada Machuelitos al Río Portugués, donde se bañaba esnú.

En plena posguerra y lejos aún de una transición hacia la modernización, la otrora Ciudad Señorial, como otros pueblos de la Nación, ofrecía pocas garantías de progreso a sus niños y jóvenes.

La economía era fundamentalmente agraria y, aparte de escasas oportunidades de trabajo en el cultivo de la caña de azúcar, el desempleo obligó a decenas de ponceños a enlistarse en el Ejército de Estados Unidos.

Héctor nunca consideró la carrera militar como opción de trabajo para su vida. Huérfano de madre a temprana edad, fue su padre Luis Pérez, un comerciante y músico aficionado, la persona que despertó su sensibilidad hacia la música popular en general.

Don Luis, guitarrista muy solicitado en las celebraciones de las Fiestas de Cruz, los rosarios, Promesas a los Reyes y otras prácticas de la religiosidad popular, deseaba que su hijo recibiera educación formal en música y se convirtiera en un gran trombonista.

Pero el hijo de Panchita y Luis anhelaba cantar. Y era natural porque en sus incansables andanzas por las esquinas y travesuras por los cañaverales de Machuelo, Tenerías, San Antón, Magueyes y Sabanetas siempre anduvo a flor de labios con un bolero de Vicentico o un aguinaldo de Chuito, a quienes imitaba muy bien.

En el Ponce de la posguerra las serenatas constituían una de las estampas más auténticas de la vida en el campo y la ciudad. Héctor estuvo expuesto a veladas musicales en los barrios ponceños y las letras del cancionero popular latinoamericano se las aprendió fácilmente, en ocasiones escuchando la radio o depositando centavos en las velloneras de los cafetines.

Héctor Juan fue un trovador innato y un tipo muy elocuente, con una labia y poder de persuasión que enamoraba a las chicas. Su exposición al cine mexicano, argentino y español de la época; a las películas de Joselito, Sara García, Miguel Aceves Mejía y Lola Flores, enriquecieron su bagaje social, cultural y musical, que amplió al emigrar a Nueva York el 3 de mayo de 1963.

Su fama, como documentamos en el libro “Cada Cabeza es un Mundo: La Historia de Héctor Lavoe”, se registra en Nueva York, como cantante de Willie Colón, vocalista de las Estrellas de Fania y como solista.

El resto es historia

Hoy, en la efeméride de su natalicio, se debe aclarar, no obstante, que la primacía de la devoción e irreverencia al Cantante de los Cantantes la tiene Perú.

Las melómanas y melómanos de Lima, El Callao y otras ciudades, lo idolatran desde antes de su visita a la Feria del Hogar en 1986. El fenómeno sociocultural sigue vigente e ‘in crescendo’, impactando la vida de niños y jóvenes que devoran con avidez su música y honran con ingenio su memoria.

Desde mascarillas para evitar el contagio del Covid-19, hasta murales, camisetas con estampados, pinturas y hasta tatuajes corporales. Pero lo más importante es su música. Los peruanos la escuchan y reescuchan; la cantan a la saciedad; la escudriñan; la reinterpretan; la rastrean en todos los formatos, atesorando las versiones originales en vinilo, 8-track y casete.

¿Cuándo Puerto Rico cedió a Perú su sitial de veneración al mito de Héctor Lavoe? Eso será tema de otro artículo.

Mientras, hoy 30 de septiembre honremos la memoria de El Cantante escuchando su música y tarareando un pregón como oración en el panteón del cementerio municipal de Ponce, donde desde 2003 yacen sus restos junto a los de su esposa Puchie y su hijo Hectito. ¡Lavoe vive!

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